martes, 23 de octubre de 2012

LOS ERRORES DESGASTADOS


Los errores desgastados
regresan de ayer marchitos
y se abren paso
a dentelladas
por entre la piel
que adereza mis huesos.
Y se surten con la linfa
de mis venas.
Renacen púrpuras
y escuecen.
Escuecen como
ajenjo derramado
sobre heridas agrietadas,
macerando mis vísceras
hasta que se rinden, ulceradas.
Y todo en mí ya es yermo.

Y me pides que no olvide
besarte bajo el muérdago
en el próximo diciembre,
y simule que mi pecho intacto,
adolescente, nutrió algún día,
con su leche tibia e inútil,
un cuerpo diminuto.
© Juana Fuentes


domingo, 7 de octubre de 2012

LA GENERACIÓN PERDIDA


Se han deshecho
los cabos invisibles
que os asían a esta tierra.
A estos feudos hambrientos
en los que ya no existe el norte.
          Y ya no son sur.
           Ni son centro.

Y por entre sus vanos
escapan espantados, deseos, esperanzas.
Y partís en pos de vuestros anhelos.
Y os llamamos generación perdida, pero
es el polvo blanco de los huesos fragmentados
de quienes, castrados, inútiles,
aquí aguardamos, el que persistirá
extraviado en este reino estéril,
                    sin férreo arraigo.
Permanecemos para esperar
vuestro regreso: entonces nos ungiréis
con la redentora absolución que,
       indolentes,
       ya comenzamos a apelar.

Para que así nos sea devuelto, intacto,
el jugo, hoy amargo, de nuestros propios sueños.

© Juana Fuentes


lunes, 1 de octubre de 2012

MARY KING'S CLOSE



¿Quién, pequeña Annie,
viene hoy a inquietar ese sueño
por tantos años escondido
en tu agujero de Mary King’s Close?


Miles de juguetes apilados,
como  ofrendas florales
que habitan un altar sagrado,
no han logrado hacerte renegar de
tu olvidada muñeca de trapo.
Tu señera, tu apiadada compañía.
Ese pequeño espantajo que adornabas
con harapos, más rancios, si cabe,  que los
que acostumbraban a vestir tu cuerpo
minúsculo, entumecido.

Niña de triste cara enferma, el amor
por  lustros de los extraños, de los curiosos,
no ha conseguido aplacar tus lamentos.
En  tu última noche,
la burda máscara de la peste logró
llevarte de la mano a través
de laberintos incontables,
habitados por sombríos espejismos,
largos pasillos en los que quedó desdeñado
tu inseparable títere.
Y tras ellos esperaba el recuerdo
de una corte de pulgas y ratas,
viejas compinches de juegos pasados,
para erigirse en la más singular
de las comitivas fúnebres.

A veces no es necesario morir del todo
para sentir la húmeda y asfixiante soledad
de Annie en el callejón de Mary King.
Basta con morir un poco cada día,
entre los muros de una piel yerma
que se empeña en hospedarnos
 como única residencia.
© Juana Fuentes G.