Sobre la mesa desgranaba el pan
mientras con pulcra lentitud
se llevaba los trozos a la boca.
Un rebozo de fría
provocación envolvía sus ojos
sin que en ningún momento los desviara de mí.
Las migajas quedaban esparcidas
en el mantel debajo de sus manos
con ligero descuido,
y yo no dejaba de imaginar
que lo que yacía sobre la mesa
bajo el ángulo poliédrico de su mirada,
debajo de sus manos,
derramada y deshecha
en multitud de restos de distinto grosor,
era mi alma.
Juana Fuentes