Me quedé varada
en el compás de aquellos versos embozados
en un manto espeso y metálico, abrigo
de palabras presentidas entre renglones de ceniza.
Ellos prendieron la oscuridad peculiar
que desde entonces ya nunca me
abandona:
la escisión interminable con el ser-que-soy.
Después quedaron mudas las voces.
Y quedó también así muda la esperanza.
Y ahora, un único sostén: el afán
de que algo hienda esta sucesión
lenta e interminable de los días:
de un día y otro día:
de una noche y otra noche más.
Tal vez el gorjeo a deshora
de ese
pájaro apostado en el árbol centenario
que aún arrecia bajo mi ventana;
el destello de una generosa
casualidad;
o la llegada de ese día en que las
palabras
se evidencien consentidas,
prestas a salir de su cobijo
silencioso.
No me atrevo, sin ti, a buscarme
en lugares en los que sería una
extraña
a los ojos inconmovibles de
testigos de piedra.
© Juana Fuentes
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