domingo, 28 de julio de 2013

El niño de Rosende

El otoño aún no ha dejado paso a los gélidos arrumacos del invierno y los árboles visten sus pámpanos con lenguas de fuego anaranjado. El niño avanza por el camino empedrado sobre el barro forjado con el polvo de  la lluvia entrecortada de  Rosende. Sus pies diminutos se han acolchado con un taño de callosas tellizas.  

Nueve mil setecientos dieciséis pasos emprenden cada día el extenso trecho cuando comienza a despuntar el alba, hasta llegar a la casa del maestro,  tantos pasos como son devueltos cuando los guisos de los fogones abordan  con su fragancia las hortensias blancas en los patios. El niño lleva la misma pelliza de todos los días, acicalada con coderas, remiendos y añadidos, y huele a leche, a la misma leche que cada mañana extrae de las dos vacas sin aguardar a que el gallo salga al encuentro de su sueño. 


La lección ha comenzado. Siete discípulos menos el que aún no ha llegado; quinientos trece pasos por andar y una coartada. El maestro sonríe: cuenta como un mudo los pasos pendientes, los mismos de todos los días,  los que quedan hasta que un niño, jadeante, franquee  de nuevo la puerta entornada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario