jueves, 18 de julio de 2013

Las estaciones

Qué traicionero este tórrido sol
de verano. Se instala cada año
sin permiso en mi piel y,
resentido ante la irremediable despedida
que ha de llegar en noviembre,
ya me anticipa su partida
hostigando mi carne
con hirientes mordiscos.

Cuando llega, el amor también
se instala de repente
y no escoge, al hacerlo,
su estación predilecta.
Vendrá con la gélida nieve,
como una dádiva envuelta en angora
para que el frío no la encoja
y  pueda revelarse, de este modo,
en todo su henchido esplendor .

Se anuncia, por momentos,
con el perfume pegajoso
de las flores y el incauto aleteo
de las abejas.
Pero no es sino la impaciencia
que nos guía hacia un espejismo
empolvado con un falaz aroma.

En muchas ocasiones
se muestra con el ardor sofocante
de las tardes de agosto.
E ignoramos que no es amor.
Y algún tiempo más tarde,
inevitable será recordar su destello
como un fugaz chasquido
que no logró envolvernos
con su verdad fingida.

De entre todas las estaciones,
señalaré siempre el otoño.
Será porque en aquellos días
de tostados matices
y arrebolados paisajes, el amor no vino
a posarse en el vano
de mi ventana.
Y no me causó con su marcha
las punzadas que el sol regala
a mi piel cuando se aleja irremediablemente
en noviembre.

© Juana Fuentes



4 comentarios:

  1. La vida como las estaciones son ciclos a los cuales hay que adaptarse y, tantas veces duelen...

    Besos, José

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  2. Sí, José Manuel, duelen muchas veces. Bienvenido y gracias por dejar tu comentario.

    Un abrazo.

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  3. Gracias por pasar, querido Miguel Angel, y dejar tu comentario. Un abrazo.

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