Intuyo acercarse tus pasos,
sordos, enmoquetados.
La agitación abrasa
mi rostro
y me retuerzo
como una sierpe,
esperando oír
el ruido
de unas llaves que pronto
abrirán esa puerta.
Debes de caminar despacio,
o es que ya pienso el tiempo
como existir
en un ingente mar salado
donde no es posible saber
hacia dónde encauzar mis brazos.
Ya estás aquí.
Huelo tu cercanía
y sé que te aproximas lentamente,
como si te regocijaras
demorando lo que va a suceder.
Oigo entonces el ruido ronco
de un objeto pesado
al caer sobre la mesilla.
Rozas, al fin, levemente
mis orejas y siento cálidas
tus manos en mi tez.
Pones fin
a mi oscuridad habitual
y ya puedo verte. Tus labios,
por fin, son míos. Y me entregas
también tus ojos dócilmente
antes de aliviar mis muñecas.
No sé cuánto tiempo transcurre.
Coges tu Glock de la mesilla
y la ajustas a tu cintura.
Vuelvo a sentir tus manos
en mi piel. Mis muñecas,
de nuevo capturadas.
Y esta oscuridad que regresa.
Una vez más te desvaneces.
Ignoro qué día es _hoy he olvidado
preguntártelo_ y cuántas veces
ha sucedido.
© Juana Fuentes