jueves, 24 de julio de 2014

Se llamaba simplemente Jon

Solía pronunciar el nombre de aquel amigo con una exagerada solemnidad, deteniéndose en cada una de sus sílabas, como cuando saboreaba lentamente, sorbo a sorbo, una copa del más espléndido vino.

Cada vez que mencionaba su nombre y comenzaba a relatarme alguna anécdota, yo me distraía pensando que sólo lo apreciaba por su éxito social y la fortuna acopiada en sus cuentas bancarias, el fastuoso palacete en el que vivía e, incluso, el regio uniforme de los sirvientes que lo atendían.

Cuando remarcaba con tanto énfasis cada sílaba de ese nombre, de alguna manera estaba alimentando sus ansias de llegar a tener, algún día, todo lo que él poseía, y de que los demás también pronunciaran el suyo de aquella forma tan ceremoniosa, con esa misma gravedad. Pero su nombre propio era insuficiente y no admitía una expresión tan ampulosa, pues se llamaba simplemente Jon, como si acaso la vida hubiera querido concentrar en ese parco apelativo toda su riqueza y su pobreza.

Y yo siempre me ensimismaba en esos pensamientos y apenas le escuchaba. Tal vez sea ese el motivo por el que hoy ya no puedo recordar los secretos de ese hombre poderoso y que, con tanta frecuencia, mi amigo, el de tan escaso nombre, me desvelaba.

Juana Fuentes


miércoles, 16 de julio de 2014

La mutua simpatía

                                  A Dolores Celdrán

A veces uno no se explica cómo es posible 
que sin que apenas medien las palabras, 
aflore y se sostenga eso que llaman
“la mutua simpatía”.

Sólo sé que bastó con mirarnos
entre tu silencio y el mío
para presentir que ese manto verde
que se derramaba de tus ojos
debía de ser un confortable lugar
para que la amistad se alojara;
que eras como la copa encendida
de uno de esos árboles tan regios
que atraen hacia su luz reverdecida
a criaturas inquietas,
y las mecen con sosiego entre sus ramas
inmunes al viento.

Después se sucedieron diez años
entre más silencios y sinceras sonrisas sin mueca,
hasta que - y de nuevo sin apenas palabras-
supe que el destino nos unía.

Y han transcurrido otros tantos hasta hoy
en los que el cálido silencio fue dejando paso
a las palabras sentidas,
incendiadas de aliento y de luz.
Pero ahora se aproxima el día en que habremos 
de festejar las despedidas.
Habré de contener las lágrimas
para que desde ese mismo instante,
e indefinidamente,
sin contención entonces,
sin apenas medida,
se desboquen todos los recuerdos.

© Juana Fuentes



lunes, 7 de julio de 2014

A ese viejo amigo



                                                    A Daniel Marín

No me revelaste nunca tus secretos,
al menos, no tantos como yo te confesé,
quizá por suspicacia, o acaso por una cuestión
de amable deferencia.
Pero no quise pararme en tales nimiedades,
ya que, al fin y al cabo, siempre supe
que quien te revela sus secretos
más callados termina despreciándote,
porque te has erigido en su cancerbero.

Y sigues siendo,
después de tantos años, esa brisa
que por momentos me chispea
y de pronto se apaga
-no me equivoco, ocurre siempre-.
Aunque me consuela que no me llames
o te llame yo para pedirnos un favor
y que encontrarnos sea la única recompensa:
unas pocas horas de cuando en cuando;
ponernos al día en unos minutos;
y al final un abrazo
de despedida,
sabiendo que dentro de un tiempo
volveremos a vernos y, cómo no,
de nuevo a lamentarnos
-y no preguntaremos la razón-
de que aquel viaje que ideamos
el último día resultara, finalmente
-y como siempre-, inconcebible.

© Juana Fuentes