jueves, 19 de diciembre de 2013

Pájaro desorientado

                                       A Ramón Ataz

Ayer se fue contigo el viento,
se fue por un instante,
pues quiso regresar
y quedarse a mi lado
fijándose a mi piel
como se adosa un soplo tenue
o un ligero y apremiante
escalofrío.

Le pedí que te buscara, 
y que como a un pájaro
te guiara a través del ofuscado universo,
apostado en tu nuca como biblia sagrada
sobre la que yo podría prestar
todos mis juramentos.
Y podréis encontrar, tú y el viento,
antes de que resuelva extinguirse,
ese azul que chispea como un artificio
inventado por la naturaleza
incrédula.
No te aflijas: seguirá siendo el gris
el color de los ojos de tu madre.

Ahora quiero hallar
un pájaro desorientado
y aquietarle el frío con mis manos
inundando de calor su pecho,
mientras hilo con tus poemas
la seda de mis arrinconadas oraciones,
cual oruga que segrega minuciosamente
sus hebras para edificar
su morada con ellas .

© Juana Fuentes




martes, 10 de diciembre de 2013

Para que el viento

Porque te quiero pájaro libre
voy a desmembrar mis manos
y a esconder mis brazos
para que el viento te lleve,
para que el viento te traiga;

para que el viento te arrulle

y más libre, en cada estío, te haga;

para que el viento te lleve
y extienda tus alas,
para que bien alto te vuele 
mientras entreabro mi ventana;

para que, rendido, te devuelva 
a mis otoños buscando
confiado tu jaula;

para que el viento, nuevamente, te traiga.


© Juana Fuentes



domingo, 1 de diciembre de 2013

En la alcoba

Deshazte de esa bata apolillada
que ciñes a tu escuálido esqueleto:
parece caminar deshabitada
como espectro  que  transita indeciso
por la alcoba. Tal vez te sirva
aquella vieja piel de zorro,
la que indemne sobrevive al vapuleo
de las que buscan a codazos
un hueco propio en el armario;
acaso unos zapatos exquisitos
que desplacen a esas leves
zapatillas que apenas pueden
arropar ya tus pies.

Contémplate también en esa tez,
semejante a la de una zanahoria
cuarteada con desgana por el sol.
No te asomes de ella suspendida
a las puertas de teatros y cafés
sin haberla nutrido

con el falso sebo de la espera,
con el aceite que te recuerda

que en cualquier momento vendrá  
un extraño a apostarse en el vano
de tu alma, codiciando festejar
un insulso banquete con ella.

Siempre regresará el dolor con cristales rotos.


Juana Fuentes




sábado, 2 de noviembre de 2013

Un gran descubrimiento: Miguel Ángel Rubio Sánchez.

Hace ya más de un año que descubrí a un joven y extraordinario escritor que creo logra hacer de ese difícil arte de transmitir a través de las palabras un don maravilloso. Hablo de Miguel Ángel Rubio Sánchez, poeta, ensayista, crítico y novelista, un escritor que como Borges, se siente más orgulloso de lo que ha leído que de lo que ha escrito.

Es autor de dos poemarios, Diario sin fechas y Realidad de la realidad; de ensayos como Mi yo eres tú, con un rico análisis sobre la otredad en la creación literaria en Hispanoamérica; El arte poética de “Oblicua” (primer núcleo temático-compositivo de El alma oblicua, de Vicente Cervera Salinas);El arte poética de Sueño del origen, de Eloy Sánchez Rosillo ; una novela, Amor en pretérito eterno, donde los textos se convierten en un mecanismo revelador de lo que el destino dispondrá,  concibiendo la existencia como un eterno paradigma que ya está cifrado en la literatura como modelo de eternidad.

Artículos de investigación literaria, ponencias, reseñas críticas sobre poetas como Eloy, Carlos Marzal, F. García Lorca…completan el bagaje de este joven pero experimentado escritor.

Como él mismo señala en su blog (Las cosas se niegan a existir sin ti): “Ante el umbral de triunfo y reconocimiento, tanto académico como literario, que respiraba a mi alrededor, que palpaba en aquel verdor de los veinticuatro años, decidí tomar una ética muy responsable y nunca dejé que el éxito se me subiese demasiado a la cabeza, porque igual que se podía estar arriba, también se podía estar abajo. Nunca participé, por los motivos reseñados, en ningún premio literario y nunca, ni ahora ni aquellos momentos, escribí por dinero, ambición o fama. El dinero es el primer medio que el hombre tiene en su mano para hacerse un esclavo. Además corrompe la pureza de la literatura.”

Y “a día de hoy centro mi actividad creativa en el ensayo y la crítica literaria, aunque estoy decididamente tentado, si las circunstancias así me lo permiten, para volver a la novela. El poeta murió en el año 2005, las circunstancias acaecidas en el año 2005 mataron al poeta, sin embargo, algo de él sobrevive en mi prosa y, afortunadamente, en mí.

Y afortunadamente así es, como lectora suya siento que algo del poeta persiste en su prosa, limpia, rica y tremendamente gustosa. Os invito a visitar su blog:

http://miguelangelrubiosanchez.blogspot.com.es/

jueves, 17 de octubre de 2013

Las palabras

                                                       Pude haber trazado palabras en las piedras
                                                      que, congeladas en nieve,
                                                      durmieran arrinconadas.
                                                      Ramón Ataz

Me he escondido en las palabras
para así amarte  en la distancia,
desde el rumor lejano
que siempre  procuran
todos los deseos inalcanzables.

He intentado con ellas arañar
tu frente; incluso morder
furiosamente tus labios
engañándome al creer
que era posible con esas palabras
inventar  otra manera de saberme viva.

Y al final solo han sido
la metáfora teatral
del roce de dos cuerpos
fundiéndose en la nada
en instantes ya deshechos,
en instantes que hoy conjuro 
en esta tarde esquiva
aunque tan cierta.

© Juana Fuentes


lunes, 14 de octubre de 2013

Para nombrarte


Se me han perdido las palabras
y ya no encuentro
la apropiada que te describa.

Necesito una nueva 
con la que nombrarte
y habré de inventar alguna:
tal vez un verbo limpio y hueco
que logre llenar de sentido
con mi boca;
aunque quizá me baste con uno gastado
que podré ir deshabitando aún más
para inundarlo de nuevo
muy despacio, mientras termino de desechar
aquellas palabras que alguna vez
tuvieron en ti algún significado.

© Juana Fuentes


domingo, 6 de octubre de 2013

Muérdago

Hace un tiempo me pediste
que no olvidara besarte
bajo el muérdago
en el próximo diciembre,
y fingiera que mi pecho
adolescente, casi intacto,  
alimentó alguna vez,
con su leche tibia e inútil,
un cuerpo diminuto.

Pero  hoy, un ferroso aroma,
el hedor de la vejez
(acaso el de la muerte),
corteja  mis manos,
agosta mis pechos.
Y me humedece en la añoranza  
de viejos retratos  y reliquias.

Veo entonces, aquietado
en una imagen, un gesto
(no sé si es risa)  inocente
y ancestral.

Y de nuevo viene la emoción
a derramarse en la orfandad
de mis ojos, ahora postrada
ante esa mueca desnuda,
a pesar de lo lejano
del rumor de aquellos días,
que nada fueron,  y que debieron
diluirse en apresuradas despedidas.

© Juana Fuentes













Photo: Emmet Gowin

domingo, 29 de septiembre de 2013

Saldos de sal

Viviste sometido a los estíos, 
deseoso del mar y de su sal, 
de su sabor a roca rancia,
persiguiendo los rastros
que las conchas holladas
esculpen en los limos 
dejados por las olas al marcharse,
cuando se afloja la marea.

E hiciste de los barcos escorados 
tu casa, del horizonte tu patria,
y de tus certezas axiomas  
guardados en botellas 
impacientes por tocar otros dedos.

Presiento que la sal cerosa
de aquellos mares estivales
ha sido el agua bautismal
que cauterizó tus heridas, 
las que te fue dispensando la vida 
en esos ciclos tan irremediables.

Quizá aún queden en tu boca restos
de aquella salmuera. Acaso sea esa sal  
la que habrá de calmar mis sajaduras, 
cuando los poetas románticos 
acudan para inundar el otoño
con versos de amor y esperanza.


© Juana Fuentes




sábado, 28 de septiembre de 2013

2007, agosto


Te fuiste cuando moría el invierno 
y, contigo, la luz imaginaria 
que solía atravesar la linfa transparente 
de  mis arroyos. 

Se marchitó la primavera,
apresurada,
igual que se marchitan
los pétalos esquivos
de las flores efímeras y huérfanas 
y de las flores sin aroma.
No llegaron los mirlos a tiempo de elogiar
tan notable estación
con sus ruidosas letanías.

El tórrido calor de agosto
me devolvió nuevamente tu forma:
te pensé caminando lentamente
sobre la ruda arena  de tu playa,
rastreando el lejano perfume  de mi abrazo;
como si, aun cerradas todas las puertas,
deseara seguir ofreciendo a tu columna
el espinoso e ilusorio perfil
de mi regazo para que mi vientre 
pudiera, bajo su peso, fingir
un engañoso sueño.

Dejé depositado aquel agosto 
en mi terca memoria,
mientras vagaba por lugares insólitos
pidiéndole  a  la vida, como Fausto,  
más de lo que, tal vez, la vida me podía dar.

¿Por qué resignarse  a la belleza
de los acasos imposibles?
© Juana Fuentes














Photo: Moki

martes, 24 de septiembre de 2013

Amar en silencio

Amar en silencio es dejar el alma
en depósito a la indulgencia,
contemplar desde dentro
cómo  la  lluvia desdeñable
impacta en los cristales
de las estancias despobladas.

Es un ruido afónico, apartado,
como el que nos acuna al sumergirnos
en el mar y en su hondura mohosa.

O conocer  de la pobreza,
y saber que un día
nos iremos descalzos, 
con los ojos resecos
de un corazón que ya se acostumbró 
a las despedidas; vestidos
sólo por la memoria 
(y su arbitraria inconstancia),
siempre dispuesta  a rescatar 
lo que debió quedar oculto
bajo el peso de sueños desahuciados.

© Juana Fuentes


sábado, 21 de septiembre de 2013

La falacia del silencio

Podría compartir
la falacia de la mentira 
si el silencio no fuese
otra mentira más
y aun más despiadada.
¿Acaso espero que la aurora
me reintegre esa  luz
de la que me despojó la noche?

Cuánta soledad en cada palabra
de esos versos que compendian  mis horas,
sin que nadie venga a exaltarlos
ni a aseverar  lo que en ellos es hondo 
y es cierto.
No sé a quién se dirigen mis arengas,
que como plañir de sirena
se pierden en la soledad
de barrancos tan atezados.

Y es entonces cuando quiero tocar
un silencio rebosante de acasos impíos, 
en el que los secretos sean mi único
cortejo.

© Juana Fuentes


sábado, 14 de septiembre de 2013

Septiembre

                                  

Septiembre viene
con un aroma a hierba rancia.
y a madrugadas  de silencio.

En sus tardes, suspendidas
las cenizas de aquella luz que ayer
me chispeaba
y que ahora yacen, aún candentes,
en el festejo de su ocaso.

Contemplar mis manos vendadas,
que no aprovechan ya como ofrendas
de júbilo y dicha, sino acaso como exiguos aparejos
con que aliviar tu llanto
si no hay a mano otro consuelo.

Septiembre ya es sólo una palabra hueca
como tantas otras palabras,
emblemas sagrados de ayer,
que apenas encuentran hoy
su  auténtica consciencia.

Como si aquella luz y aquellas manos
nunca me hubiesen correspondido,
y su memoria usurpada, cuajada
como una dura piedra
en mi errátil espera.

© Juana Fuentes



lunes, 9 de septiembre de 2013

Ojo por ojo

                         Soy, tácitos amigos, el que sabe 
                                   que no hay otra venganza que el olvido  
                                                                                               ni otro perdón.
                    Soy- Jorge Luis Borges


Invariable, el destino nos pretende
con su gélido abrazo;
rastrea como una hiena 
en el hedor que el miedo ha cincelado 
en los recuerdos 
que ya inhumó nuestra memoria.

Qué innoble este destino,
que a veces nos traiciona.

Cómo intuir _ si no nos advirtió Dios _ 
que querría la vida resarcirse
de una culpa imaginaria o una deuda
inventada. Y cómo evitar, entonces,
agitarnos contra el odio que habrá
de injertarse, por caprichoso arbitrio,
como oblea bendita en nuestro pecho.

Quizá aflojamos tanto la costumbre
de esperar que la  iniquidad pudiera
anegar los campos, que ahora, en medio
de la desolación, nada nos queda
sino  fingir esperanza. Y acechar,
acaso, el regreso de aquella ley primitiva
en la que alguien, alguna vez, halló
un pertinaz consuelo.


© Juana Fuentes



miércoles, 28 de agosto de 2013

Despedida

Mañana, cuando no estés

y mi cuerpo sobreviva

sin un trozo de su ser

y hasta el alma se desprenda

de su entera coartada.



Mañana, cuando no fluya

el aire por las estrías

veladas bajo mi piel,

y  sólo pueda inhalar

el perfume de la sangre

hoy en mis venas detenida.



Mañana, cuando por fin

repose de tantas guerras

sin sentido en las que no hay

ofrendas ni ceremonias

para todos nuestros muertos.



O cuando todo sea abandono

y acaso ya no logre apreciar

de qué color fueron estos pasos

porque el brillo de su hedor se extinga.



 Comprenderé, sólo entonces,

que tal vez no has existido.

© Juana Fuentes


domingo, 25 de agosto de 2013

Las acacias

Existe una tierra donde reinan las acacias,
criaturas de belleza torcida y silenciosa
cuya espalda cada día acaricia la luz 
de una yema difusa y anacarada.

El horizonte nos invita, al atardecer,
a una danza de fuego.
Un árbol se curva persiguiendo los corales
de una moneda que, apresurada, se descuelga.
Parece despedirse de ella, tal vez pedirle
que  no tizne con su marcha el crepúsculo.

En la mañana, la acacia vuelve a reclinarse  
como anegada en un lamento fiel y continuo,
preludio de esa aflicción que cada tarde inunda
sus ramas cuando el sol comienza a abandonarla. 

Las acacias, igual que los hombres, anticipan
con absurda nostalgia el dolor ante la marcha
-que presienten- de todo lo grato que una vez
pudo ser el artífice de cualquier sosiego.

© Juana Fuentes


martes, 30 de julio de 2013

Leve plenitud

En esta leve plenitud 
que de la mañana siempre desdeña
la tarde, sombría oquedad   
del tiempo encarcelado, 
esquivo de las horas 
de luz evidente, es inevitable
que acuda tu presencia
a mi memoria: el sabor áspero
de tu boca; el halo impávido 
de tu aliento; el aroma a manzana
acre de tu mano distante;
y el arbitrio inmutable 
de aquella cercana muerte, tan nuestra,
erigida en cada soplo gesto rutinario,  
costumbre recurrente.

Cuántos años son precisos para reconstruir
un pasado perdido. 

Cuánto tiempo para  recuperar un instante.

© Juana Fuentes



domingo, 28 de julio de 2013

Un reflejo extravagante

No recuerdo cuántos días  han transcurrido,
mil cuatrocientos sesenta y cinco, tal vez,
o quizá debería contarlos uno a uno
para no equivocarme.
Cuántos para recorrer el camino
hacia este quebrado paraje
donde la humedad del pantano
que emerge de su vientre me devuelve,
cuando en él me exhibo, un reflejo extravagante.

No reconozco en él mis ojos,
o al menos la luz que antes escondían
y que no lograba nadie atisbar.
Ya no conserva su color genuino,
luce gris, como esos cabellos
dispersos en mi cabeza y que con tanto tedio
trato de disimular  cada lunes.

En mi frente  se han  evidenciado las arrugas
abriéndose paso a mordiscos. Algo quedó
enquistado en mis pensamientos
que ahora se afana en salir a través de esos surcos,
tercas estrías obstinadas en arropar
mi impaciente desasosiego.

Mis labios  ya no son ventosas aclimatadas
a tratar otros labios.
Y en su abstinencia acumulada
han debido perder la plasticidad rosada
de los cuerpos que están acostumbrados
a la disciplina de una instrucción cotidiana.

Quizá ya sólo sea una sombra que subsiste
al acecho de una ocasión que nunca acude,
aguardando ese día que no habrá de llegar.
Un acaso que incluso hoy no codicio,
aunque me engañe en su espera, un día tras otro,
como una  sombra impostora que confía en  hallar
su reflejo _ alguna vez_
en el agua cristalina de un charco cualquiera.

© Juana Fuentes



El niño de Rosende

El otoño aún no ha dejado paso a los gélidos arrumacos del invierno y los árboles visten sus pámpanos con lenguas de fuego anaranjado. El niño avanza por el camino empedrado sobre el barro forjado con el polvo de  la lluvia entrecortada de  Rosende. Sus pies diminutos se han acolchado con un taño de callosas tellizas.  

Nueve mil setecientos dieciséis pasos emprenden cada día el extenso trecho cuando comienza a despuntar el alba, hasta llegar a la casa del maestro,  tantos pasos como son devueltos cuando los guisos de los fogones abordan  con su fragancia las hortensias blancas en los patios. El niño lleva la misma pelliza de todos los días, acicalada con coderas, remiendos y añadidos, y huele a leche, a la misma leche que cada mañana extrae de las dos vacas sin aguardar a que el gallo salga al encuentro de su sueño. 


La lección ha comenzado. Siete discípulos menos el que aún no ha llegado; quinientos trece pasos por andar y una coartada. El maestro sonríe: cuenta como un mudo los pasos pendientes, los mismos de todos los días,  los que quedan hasta que un niño, jadeante, franquee  de nuevo la puerta entornada.

jueves, 18 de julio de 2013

Las estaciones

Qué traicionero este tórrido sol
de verano. Se instala cada año
sin permiso en mi piel y,
resentido ante la irremediable despedida
que ha de llegar en noviembre,
ya me anticipa su partida
hostigando mi carne
con hirientes mordiscos.

Cuando llega, el amor también
se instala de repente
y no escoge, al hacerlo,
su estación predilecta.
Vendrá con la gélida nieve,
como una dádiva envuelta en angora
para que el frío no la encoja
y  pueda revelarse, de este modo,
en todo su henchido esplendor .

Se anuncia, por momentos,
con el perfume pegajoso
de las flores y el incauto aleteo
de las abejas.
Pero no es sino la impaciencia
que nos guía hacia un espejismo
empolvado con un falaz aroma.

En muchas ocasiones
se muestra con el ardor sofocante
de las tardes de agosto.
E ignoramos que no es amor.
Y algún tiempo más tarde,
inevitable será recordar su destello
como un fugaz chasquido
que no logró envolvernos
con su verdad fingida.

De entre todas las estaciones,
señalaré siempre el otoño.
Será porque en aquellos días
de tostados matices
y arrebolados paisajes, el amor no vino
a posarse en el vano
de mi ventana.
Y no me causó con su marcha
las punzadas que el sol regala
a mi piel cuando se aleja irremediablemente
en noviembre.

© Juana Fuentes



jueves, 4 de julio de 2013

Desahucios


Y cómo conducirme en tu ausencia.

Si quise seguirte hasta tu mar
y esconderme en tu camisa;
divisar a través de tus ojos 
nebulosas solitarias
hasta quedar cegada por ese sol
que tantas promesas inventó.

Pero sólo tuvimos un verso
como alegoría
del roce de una piel que no fue la nuestra;
de unos labios que nunca probé.

Porque levaste anclas
y no dejas que te alcance.

Tienes detenidas
las agujas de mi esfera.


© Juana Fuentes


viernes, 28 de junio de 2013

El Dios de las pequeñas cosas

Erramos por años, vagabundos olvidados,
contra el tosco cemento de  las calles. 
Decidía nuestra senda un frágil recuerdo,
una cercana sombra agazapada
a la hediondez de nuestra espalda:
orfandad en comunión afligida,
sombra y ser, invitados 
al tenebroso baile 
de las horas oscuras.


Pero el sol un día vino a nacerse en nosotros.
Todo nos sobró. Y de vino
rebosaron nuestros vasos;
las calles remediaron ser aquellos eriales
de antaño para venir a derramarse con  las gentes
que dejaban desnudas  las salas de  las casas.
No volvió la lluvia para anochecer  las frentes
y los ojos; acaso para crecer la carne,
como crece el pan cuando toca la leche tibia.


Y qué pequeñas hoy las grandes cosas de ayer.

© Juana Fuentes




jueves, 13 de junio de 2013

Yo seré poeta

La mañana ha dejado hoy entreabiertos
los huecos. Y los rayos de luz se cuelan
por sus orificios, impacientes, porque
el sol les envía a preguntarme de nuevo
por esos versos que ayer dejé olvidados.

Y de qué modo  me podría excusar
si, al bautizarme, no me otorgaron nombre
de poeta. Cómo ensalzar de este modo
la luz que me deslumbra; las mariposas;
el ruido del agua fresca de un arroyo
o la que viene a lloviznarse en mis ojos
cuando me alcanza sin un viejo paraguas.
Sólo sé escribir acerca de la noche;
también de las horas oscuras del día; 
y de la decadencia. O de la pobreza
de los cuerpos y de esa bilis tan agria
que acostumbra, complacida, a habitarlos.

No me dieron, al nacer, un nombre grato
que, cadencioso, desviara la atención
de mis densas y desgastadas estrofas.
Pero lo sé: un día yo seré poeta,
tan a pesar de  mi nombre,  o de la dicha
que, aun liviana, llegará para alentarme,
cubriéndome mientras ciñe mi cabeza.

© Juana Fuentes



viernes, 7 de junio de 2013

Los viernes

Hoy he visto cómo una paloma
mostraba a su retoño el secreto
de un vuelo silencioso, y lo guiaba.
Le enseñará a no llamar  amor
a cualquier llamarada instantánea
que le remueva, por un segundo,
el vientre, o le anochezca sus ojos
de pez entrometido e insensato.

Son días oportunos, los viernes,
para escribir. Qué días tan aptos
para que uno logre comprender
que los recuerdos suelen quebrarse,
que se mudan apenadas sombras
con el paso de las estaciones.
Porque hace ya tanto tiempo, tanto
_ aunque parece que hablo de ayer_,
que fui aquel hálito transparente
que casi  pudiste llamar amor.

No sé qué mueca habré de inventar
tras admitir que fui cristalina
a tus ojos, como el vuelo estéril
de una paloma huérfana, obstinada
en construir su nido en los vulgares
despojos de un tejado cualquiera.

© Juana Fuentes 



martes, 28 de mayo de 2013

El árbol cansado

Mirad ese árbol que ayer
desencogía  sus ramas
para encumbrarlas con majestuosa
solemnidad. Hoy los pájaros
ya en él no se posan
buscando  recuperar su aliento
y no ampara su  tronco la espalda
dolorida de un  hombre cansado.
Sus hojas han despreciado
su limpio verdor de ayer
mudándose grises para lucir
lánguidas en cualquier estación.
Y aquel  tibio frescor que su sombra
procuraba ofrece ahora un perfume
tenebroso, como el aroma húmedo
de una casa hace años desamparada.

El hombre cansado  sigue hoy siendo,
aunque lo ignora, un hombre
cansado, pero esconde sus jadeos
en una fingida suficiencia.
De níveas hebras se ha poblado
su cabeza, pese a que el espejo
le devuelva esa imagen jovial,
tan clara, de los primeros años.
Camina apenas erguido
y apura sus pasos cuando pasa
junto a aquel árbol olvidado,
ya más alabeado que él mismo.
No podréis ver su mirada,
es la mirada extraviada
la mirada esquiva
de aquel que desprecia la raíz
que un día nutrió su ya inútil sabia.

© Juana Fuentes



domingo, 26 de mayo de 2013

Los adjetivos en los instantes desiertos

Te miro: construyo a través de tus ojos 
universos imposibles, levantando
montañas figuradas que no podrás 
nunca coronar. Y te confinas en las 
brumas de un  lóbrego y profundo pantano
alimentado con la ponzoña amarga,
solitaria, de mi vientre mutilado.

Me miras: me destierras al ostracismo 
de una burbuja callada y transparente 
que me apresa entre las zarpas de un recuerdo
nublado _indiferente destierro, urdido
con arresto y voluntad,  custodiado por 
la llave de un carcelero obstinado_.

Nos malgastamos en el éxodo lento
de un camino en el que  maleza y guijarros
fueron anidando; donde la templada 
comunión de nuestros cuerpos despojados
se tornó en el roce invisible de aquellas
indiferentes manos; y los abrazos,
en esos instantes desiertos que nuestra
memoria quiso terminar olvidando.

© Juana Fuentes





















Photo: Jarek Kubicki

miércoles, 22 de mayo de 2013

Noches en gris oscuro


Que no te cause zozobra
el  gris yermo de la noche
y sus fríos espejismos
_lo sé, en ese áspero lecho
las horas serán de mármol_.

La claridad está dentro
_desde cuando no eras cuerpo _,
aunque atisbarla no puedas.
Muda azul el pensamiento y
deja reposar tu pecho.

Porque tendrás que saber
que la luz no se silencia.
Que es una oscuridad tenaz
la que, ávida, ennegrece
la franela de tu manta.

Te bastará con saberlo;
deja entonces que te envuelva,
acúnate en su centro
y acoge los abrazos del
inevitable silencio.

© Juana Fuentes


martes, 7 de mayo de 2013

No habrá de ser en vano la muerte


                                                             Yo he comprendido que los soles, los planetas,  el mismo mar  
                                                             inflado por la luna, nada son. No son nada. Yo tampoco. 
                                                                                                                             Ramón Ataz

No habrá de ser en vano la muerte
cuando tu voz, ahora extenuada,
sigue arrojándome ecos que recoge
mi semblante en una mueca de añoranza. 
Pero hoy, los latidos agazapados 
bajo mi frente tañen como campanas 
arriadas en greda. Densos. Pegajosos.


Sé que puedo desconocer
algunos pequeños detalles: 
si ese café mañanero 
que honrabas puntualmente cada día
te gustaba desnudamente amargo
o con un poco de azúcar; tampoco 
cuál era tu loción predilecta; 
o simplemente si no la usabas;
ni siquiera cuál era la marca 
del tabaco que humeaba alrededor
de tu cabeza.

Pero sí podría recordar que, de entre todos
los posibles matices que la luz arbitra, 
solías quedarte con el gris _tan extraño 
a la paleta de  un arco iris_, porque era el color 
de los ojos de tu madre; que Lennon
era la bandera que alzabas
con tus manos conmovidas para ensalzar 
todos tus himnos; que Amarcord y Fellini 
marcaron aquellos lejanos abriles. Y también, 
cómo no, que Carlos Edmundo D’Ory escribió 
tus sonetos preferidos.

 
Y ya no podré hablarte de todas esas cosas 
que cada día acostumbran a mortificarme, 
ni escuchar de nuevo el aliento 
de tu boca para mudar, una vez más, 
al espectro de tus grises  mis horas oscuras.

Te has ido y, al hacerlo, mis poemas se han resecado, 
quedándose  demasiado a solas conmigo.

© Juana Fuentes