Mirad ese árbol que ayer
desencogía sus ramas
para encumbrarlas con majestuosa
solemnidad. Hoy los pájaros
ya en él no se posan
buscando recuperar su aliento
y no ampara su tronco la espalda
dolorida de un hombre cansado.
Sus hojas han despreciado
su limpio verdor de ayer
mudándose grises para lucir
lánguidas en cualquier estación.
Y aquel tibio frescor que su sombra
procuraba ofrece ahora un perfume
tenebroso, como el aroma húmedo
de una casa hace años desamparada.
El hombre cansado sigue hoy siendo,
aunque lo ignora, un hombre
cansado, pero esconde sus jadeos
en una fingida suficiencia.
De níveas hebras se ha poblado
su cabeza, pese a que el espejo
le devuelva esa imagen jovial,
tan clara, de los primeros años.
Camina apenas erguido
y apura sus pasos cuando pasa
junto a aquel árbol olvidado,
ya más alabeado que él mismo.
No podréis ver su mirada,
es la mirada extraviada
la mirada esquiva
de aquel que desprecia la raíz
que un día nutrió su ya inútil sabia.
© Juana Fuentes
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