En esta leve plenitud
que de la mañana siempre desdeña
la tarde, sombría oquedad
del tiempo encarcelado,
esquivo de las horas
de luz evidente, es inevitable
que acuda tu presencia
a mi memoria: el sabor áspero
de tu boca; el halo impávido
de tu aliento; el aroma a manzana
acre de tu mano distante;
y el arbitrio inmutable
de aquella cercana muerte, tan nuestra,
erigida en cada soplo gesto rutinario,
costumbre recurrente.
Cuántos años son precisos para reconstruir
un pasado perdido.
Cuánto tiempo para recuperar un instante.
©
Juana Fuentes
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