Te fuiste cuando moría el invierno
y, contigo, la luz imaginaria
que solía atravesar la linfa transparente
de mis arroyos.
Se marchitó la primavera,
apresurada,
igual que se marchitan
los pétalos esquivos
de las flores efímeras y huérfanas
y de las flores sin aroma.
No llegaron los mirlos a tiempo de elogiar
tan notable estación
con sus ruidosas letanías.
El tórrido calor de agosto
me devolvió nuevamente tu forma:
te pensé caminando lentamente
sobre la ruda arena de tu playa,
rastreando el lejano perfume de mi abrazo;
como si, aun cerradas todas las puertas,
deseara seguir ofreciendo a tu columna
el espinoso e ilusorio perfil
de mi regazo para que mi vientre
pudiera, bajo su peso, fingir
un engañoso sueño.
Dejé depositado aquel agosto
en mi terca memoria,
mientras vagaba por lugares insólitos
pidiéndole a la vida, como Fausto,
más de lo que, tal vez, la vida me podía dar.
¿Por qué resignarse a la belleza
de los acasos imposibles?
© Juana Fuentes
Photo: Moki
Pura nostalgia. Leerlo me ha conmovido. Cada verso ha calado hasta el fondo del alma hasta y ha avivado no solo un recuerdo, sino el transito de una perdida imposible de recuperar.
ResponderEliminarPrecioso, Juana...tu forma de sentir es maravillosa.
Besos, poetisa.
Tú sí que eres preciosa, querida Rocío, y no sabes cómo me emociona que un alma como la tuya se conmueva con estos versos. Han merecido la pena solamente por eso.
ResponderEliminarMuchos besos.