jueves, 24 de julio de 2014

Se llamaba simplemente Jon

Solía pronunciar el nombre de aquel amigo con una exagerada solemnidad, deteniéndose en cada una de sus sílabas, como cuando saboreaba lentamente, sorbo a sorbo, una copa del más espléndido vino.

Cada vez que mencionaba su nombre y comenzaba a relatarme alguna anécdota, yo me distraía pensando que sólo lo apreciaba por su éxito social y la fortuna acopiada en sus cuentas bancarias, el fastuoso palacete en el que vivía e, incluso, el regio uniforme de los sirvientes que lo atendían.

Cuando remarcaba con tanto énfasis cada sílaba de ese nombre, de alguna manera estaba alimentando sus ansias de llegar a tener, algún día, todo lo que él poseía, y de que los demás también pronunciaran el suyo de aquella forma tan ceremoniosa, con esa misma gravedad. Pero su nombre propio era insuficiente y no admitía una expresión tan ampulosa, pues se llamaba simplemente Jon, como si acaso la vida hubiera querido concentrar en ese parco apelativo toda su riqueza y su pobreza.

Y yo siempre me ensimismaba en esos pensamientos y apenas le escuchaba. Tal vez sea ese el motivo por el que hoy ya no puedo recordar los secretos de ese hombre poderoso y que, con tanta frecuencia, mi amigo, el de tan escaso nombre, me desvelaba.

Juana Fuentes


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