lunes, 7 de julio de 2014

A ese viejo amigo



                                                    A Daniel Marín

No me revelaste nunca tus secretos,
al menos, no tantos como yo te confesé,
quizá por suspicacia, o acaso por una cuestión
de amable deferencia.
Pero no quise pararme en tales nimiedades,
ya que, al fin y al cabo, siempre supe
que quien te revela sus secretos
más callados termina despreciándote,
porque te has erigido en su cancerbero.

Y sigues siendo,
después de tantos años, esa brisa
que por momentos me chispea
y de pronto se apaga
-no me equivoco, ocurre siempre-.
Aunque me consuela que no me llames
o te llame yo para pedirnos un favor
y que encontrarnos sea la única recompensa:
unas pocas horas de cuando en cuando;
ponernos al día en unos minutos;
y al final un abrazo
de despedida,
sabiendo que dentro de un tiempo
volveremos a vernos y, cómo no,
de nuevo a lamentarnos
-y no preguntaremos la razón-
de que aquel viaje que ideamos
el último día resultara, finalmente
-y como siempre-, inconcebible.

© Juana Fuentes


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