En tardes tan esquivas como ésta
en las que el sol se avienta prematuro,
casi espantado por la cercana silueta
de una parvada de pájaros,
suelo anticiparme a esa nostalgia
que terminará cortejando a mi memoria
en los años rezagados de mi existencia.
Y en ese último instante en que el alma
suele entornar la mirada ante una puesta de sol definitiva,
recordaré cómo aquellas hebras de tórrida luz
rehusaron abrazar mi presencia.
Briznas de cegador azafrán,
extraviadas, malgastadas en una existencia lejana.
No pudieron silenciar mi voz
los gritos aguzados de la distante bandada.
Sus quejidos: derrochados, olvidados
en su vuelo amoroso.
Pues solo supieron danzar
al ritmo de una liturgia imaginaria: el ritual
de dos cuerpos que se funden
en la nada,
en tardes tan vanas como esta.
© Juana Fuentes
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