Esta soledad desafiante
que contra mi propia existencia se subleva,
reforzando la ya consentida costumbre
de hurgar voces mudas - y ese rostro desierto-
en las reliquias de tanto credo estéril,
me subyuga en el lento avanzar de los segundos:
testigos inconmovibles de la distancia.
Y ella me improvisa y me construye.
Y cimenta laberintos incontables
donde el tiempo es sólo un arbitrio más,
un canon implacable que desanda
y regresa mis pasos hacia el origen,
hasta el principio de esa crujía sin atajos,
donde la luz del otro lado
es sin más un cálculo ajeno y exótico,
ignorante de su propia conclusión.
Como mi propio yo.
© Juana Fuentes
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