Podría contentarme con la mediocridad,
con sentir como siente un ser gris
o reglamentario,
como esa multitud de todos los que cada día
cortejan los débiles rayos de sol.
Podría ser como ellos,
similar a aquéllos que no me miran
en paridad, a todos esos cuerpos
inertes
que encuentro cuando velo
a todos lados -en esos instantes
en que cada cual aparta la mirada
hacia un rincón perdido-
o sucedáneo de los que no osan entremeterse
hacia dentro de mi membrana, muy adentro.
Pero eso me acabaría lentamente,
como me está acabando ahora
cuando mis lágrimas me consumen
y no me permiten pensar que todo
se reduce
a una estaba más.
Porque son ya demasiadas etapas, excesivas,
hondas y oscuras como aciagos abismos,
y ya es tiempo de encontrar la raíz,
el origen de todas las caídas,
aunque ignore el momento preciso para retornar
a este presente que ya parece no alimentarme.
Si pudiera acompañarme el valor desprovisto
del calor de una copa de vino,
mañana sería diferente.
Y podría partir hacia otras esferas,
en busca de hogares donde aventurarme
en los vacíos de la no posesión.
en los vacíos de la no posesión.
Aunque no sé si entonces bastarían
mis sólos compendios, entre tanto desierto,
para darme todo el
sustento, el tiempo necesario
o la simple cura para
todas mis congojas.
Porque quizá, en la tranquilidad
de su mecimiento,
desearía regresar al trecho de todas
estas batallas,
tantas que librar y tantas otras que
derrochar.
© Juana Fuentes
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