Me dices que no es el tiempo
ya una cuestión que me concierna,
que he llegado tarde a los esponsales
de nuestro hallazgo.
Es posible que yo sólo sea
un mensajero de la muerte
dispuesto a cumplir puntualmente
su propósito.
Ven entonces; te vestiré como lo haría
una novia, pero esta vez sin flores,
sin ornatos, sin tus viejos recuerdos.
Los dejaré a tu lado en tu desnuda caja
de listones de cedro.
Descansaré después mi espalda
-como ayer dormitaba sobre tu vientre-
en el tronco de un árbol,
acaso aquél del que arranqué
las tablas para tu urna,
y aguardaré a que el rumor
de sus ramas me diga
qué hacer con tus cenizas.
© Juana Fuentes
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